Montero Glez 15 feb 2024 - 12:09CET
Sin el cobalto no funcionarían la mayoría de las baterías de nuestros dispositivos. Su extracción, en el Congo, reafirma la esclavitud de los hombres y mujeres de la zona
Una visión general de los mineros que trabajan en la mina de cobalto de Shabara, cerca de Kolwezi (República Democrática del Congo), el 12 de octubre de 2022. Mineros artesanos de una mina de cobalto en la República Democrática del Congo el pasado enero.JUNIOR KANNAH (AFP / Getty Images)
En la década de 1730, el médico sueco Georg Brandt (1694-1768) descubrió el cobalto como la primera sustancia distinta del hierro que era atraída por un imán. Y Brandt le puso por nombre cobalto debido a ciertas referencias mágicas, ya que, la palabra cobalto deriva de la palabra kobold (coboldo) que en alemán significa duende.
Porque en Alemania, los mineros de la Edad Media culpaban a los duendes traviesos de su mala suerte cada vez que encontraban este mineral en vez de plata. Hoy en día la cosa ha cambiado y el cobalto se valora tanto o más que la plata, aunque, para muchas personas, su nombre sea la consigna de entrada al infierno.
Puede decirse que este metal ferromagnético es una herida abierta en la República Democrática del Congo, su lugar de explotación y territorio castigado históricamente por ser fuente de recursos durante décadas, ya fuese cobre para el armamento de infantería, uranio para hacer bombas nucleares o metales preciosos como la plata y el oro, así como diamantes.
Desalojos, agresiones e indemnizaciones ridículas: el “efecto perverso” de la extracción de cobalto y cobre en la vida de los congoleños
El Congo se convirtió en zona de beneficios mercantiles desde que, un día, el teniente británico Verney Lovett Cameron, después de atravesar el corazón de las tinieblas africanas, informó con un artículo en el diario The Times el 7 de enero de 1876 que el interior del país era de “indecible riqueza”.
Con su informe, el teniente británico provocaba a los emprendedores capitalistas de aquellos tiempos y los disponía para hacer sus inversiones sobre seguro. A partir de entonces, el Congo se convertiría en un lugar a saquear. Hoy en día, la tendencia sigue al alza, tal y como nos cuenta el investigador y activista Siddharth Kara en Cobalto rojo (Capitán Swing), pues resulta tan importante este mineral como que es indispensable para nuestro modo de vida.
Sin ir más lejos, el cobalto se hace necesario para que teléfonos móviles, ordenadores y demás zarandajas tecnológicas funcionen con autonomía. Por ello, la miseria en el corazón del continente africano se extiende a alta velocidad. Siddharth Kara explica cómo las empresas extranjeras desplazan a los aldeanos después de expropiar sus tierras y los relegan a una mísera existencia como mineros artesanales donde la extracción de cobalto rojo es su única forma de vida. No sacan más que dos dólares por saco. Si a esto le añades que el cobalto contiene arsénico, entonces la cosa se pone fea.
Tal y como cuentan las crónicas, los mineros del cobre en Alemania caían enfermos cuando encontraban un mineral azul que confundían con cobre pero que no contenía cobre. Aunque aún no estaba bautizado, el mineral era cobalto y lo que contenía era arsénico. Sin duda, el duende maligno de la Edad Media seguía enredando y no sólo confundía a los mineros, sino que también jugaba con su salud, convirtiendo la mina en la entrada al Infierno de Dante donde una inscripción en la puerta dice: “Abandonad toda esperanza “.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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