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Comer insectos y tragar bulos: mitos y leyenda sobre la alimentación con bichos

Miguel A. Lurueña
29 abr 2024 - 08:47CEST

La venta de insectos para consumo humano está rodeada de mitos, que van desde supuestos peligros para la salud hasta teorías conspirativas

Desde que la Unión Europea dio luz verde a la comercialización de insectos como alimento, hace seis años, no han dejado de sucederse los bulos: unos aseguran que ya los comemos de forma encubierta en muchos alimentos, como los yogures de fresa, otros insisten en que comer insectos es peligroso para la salud, mientras que otros van más allá y defienden que el uso de insectos como alimento es un plan de las élites a nivel mundial para impedirnos comer carne, enfermarnos y tenernos bajo control. La realidad dista bastante de todo esto, pero es un buen ejemplo de cómo un bulo que parece inocente puede llevarnos a creer en teorías de la conspiración.

Uno de los bulos más populares, y que resurge cada cierto tiempo en las redes sociales, asegura que “comemos cochinillas machacadas en alimentos como los yogures con sabor a fresa, donde se utilizan para dar color rojo, algo que podemos comprobar en la etiqueta, donde figuran con el código E120″.

Sin embargo, ese código no se refiere a un insecto, sino a varios compuestos: rojo cochinilla, ácido carmínico y carmines. Se trata de pigmentos que obtienen a partir de la cochinilla del carmín (Dactylopius coccus Costa), un insecto que crece sobre diferentes tipos de cactus, como las chumberas. Esos compuestos se utilizan desde hace siglos como tintes y colorantes; por ejemplo, en tejidos o lápiz de labios (de ahí el nombre del carmín) y también en alimentos como yogures o productos cárnicos, porque su consumo se considera seguro.

Decir que el yogur contiene insectos machacados, en lugar de aclarar que se trata de los pigmentos extraídos a partir de ellos, es como decir que se añaden remolachas para endulzarlo, cuando lo que se utiliza en realidad es el azúcar obtenido a partir de ellas.

Excrementos de gusano en las chocolatinas

Otro bulo que llama mucho la atención, por razones obvias, asegura que “comemos excrementos de gusano en chocolates y bollería, y lo podemos comprobar en la etiqueta, donde aparecen con el código E904″.

En realidad ese código corresponde a una laca, llamada goma laca o shellac, que se obtiene a partir de una resina secretada por un insecto llamado cochinilla laca (Kerria lacca). Es decir, no son excrementos sino secreciones que este insecto utiliza para protegerse. La diferencia es importante porque los excrementos (y las excreciones) se refieren a la eliminación de compuestos de desecho, como ocurre con las heces o la orina, mientras que las secreciones implican la producción y liberación de sustancias específicas con funciones particulares, como ocurre con la leche de los mamíferos o con la jalea real de las abejas.

La goma laca se utiliza desde hace siglos como agente de recubrimiento para lograr distintos fines. En alimentos permite aumentar la vida útil (por ejemplo, se puede emplear en frutas como manzanas, cítricos o melones para reponer las ceras que tienen en su superficie de manera natural, reduciendo así la pérdida de agua y los daños físicos), facilita su manejo (por ejemplo, evita que las grageas de chocolate se derritan en nuestras manos) y mejora su aspecto (por ejemplo, hace que algunas frutas o productos de confitería resulten más brillantes y atractivos).

Insectos escondidos en alimentos

Nos dice otro bulo que muchos alimentos ya incluyen insectos entre sus ingredientes, pero de forma encubierta, “ya que no se indica en la etiqueta, aunque podemos saberlo porque muestran en su envase el icono de una rana”.

Lo cierto es que, en caso de que se utilicen insectos como parte de la formulación de un alimento, debe indicarse en la lista de ingredientes, tal y como se hace con cualquier otra materia prima. Es decir, no es verdad que se estén empleando de forma encubierta.

Tampoco es cierto que el icono de una rana sea indicativo de la presencia de insectos. En realidad esa figura es el logotipo de Rainforest Alliance, una organización internacional sin ánimo de lucro que, según indica en su web, trabaja para “proteger los bosques y la biodiversidad, tomar acciones sobre el clima, promover los derechos y mejorar los medios de vida de la población rural”. Así, “el sello significa que el ingrediente certificado fue elaborado utilizando métodos que apoyan los tres pilares de la sostenibilidad: social, económico y ambiental”. La organización indica además que se eligió el icono de una rana hace más de treinta años, “porque una población saludable de ranas es un indicador de un ambiente saludable”.

Teorías de la conspiración

En principio estos bulos pueden parecer simples anécdotas sin más repercusión en nuestra vida que la de provocarnos cierto repelús. Pero lo cierto es que las consecuencias pueden ir más allá. Para empezar, generan una desconfianza infundada hacia ciertos productos o empresas, y por extensión hacia el sector de la alimentación, con todo lo que eso puede suponer; por ejemplo, angustia para los consumidores o pérdidas económicas para los productores.

Pero la cosa no queda ahí. Sin ir más lejos, el bulo de la rana asegura que detrás de esa organización está Bill Gates. Y otros bulos afirman que comer insectos “es peligroso” porque la quitina que forma parte de su exoesqueleto “se acumula en nuestro organismo provocándonos cáncer”. Además, se supone que esa quitina “contiene grafeno, que es el material para crear la interface que conectará los cerebros humanos a la nube para que las élites puedan controlarnos”.

Es decir, el discurso viene a ser parecido al de los bulos relacionados con la vacuna del covid y que hablaban de implantes de chips, del 5G, Bill Gates, control mental, negacionismo del cambio climático, la “maléfica” Agenda 2030 y todo lo demás. En resumen, la idea sería que “existe un plan mundial orquestado por las élites para privarnos de la carne y obligarnos a comer insectos con el objeto de enfermarnos y controlar nuestras mentes”. Parece delirante, pero mucha gente cree a pies juntillas en estas teorías de la conspiración.

¿Hay algo de cierto en todo esto?

Generalmente los bulos se construyen mezclando falsedades con verdades a medias para ofrecer afirmaciones creíbles, contundentes y llamativas. Es uno de los motivos que explican su gran alcance. Sin embargo, la realidad suele estar llena de matices y es menos espectacular.

Por ejemplo, no es cierto que Bill Gates esté detrás de la organización Rainforest Alliance: no forma parte de su junta directiva y ni siquiera es uno de sus embajadores. El matiz es que la Fundación Bill & Melinda Gates ha donado dinero en un par de ocasiones a dicha organización, del mismo modo que hace habitualmente con otros organismos a lo largo y ancho del mundo.

En cuanto a la quitina, es un compuesto que se encuentra en el exoesqueleto de insectos y crustáceos, como los grillos o las gambas. Se trata de un hidrato de carbono nitrogenado, es decir, no contiene grafeno. Si esto se menciona en algunos bulos es porque la quitina se puede utilizar como materia prima para obtener ese compuesto, igual que ocurre con otras fuentes de carbono. Eso sí, para ello hay que llevar a cabo un complejo proceso que implica el calentamiento a temperaturas del orden de 800ºC. Así que no es algo que vaya a ocurrir en el interior de nuestro cuerpo.

Nuestro organismo puede degradar la quitina hasta cierto punto gracias a que produce unas enzimas, llamadas quitinasas. Hay que matizar que estas se encuentran en poca cantidad, así que no digerimos toda la quitina que ingerimos, de modo que se comporta como fibra. Eso no supone un problema en los insectos que han sido aprobados para el consumo, a no ser que se ingieran en cantidades desmesuradas, en cuyo caso ese compuesto podría causar una obstrucción intestinal. Es algo parecido a lo que ocurre con la celulosa de los vegetales que comemos: lechugas, manzanas, etc. De hecho, la quitina cumple una función parecida en los hongos, ya que forma parte de sus paredes celulares. Esto significa que cuando comemos setas, como champiñones o boletus, estamos comiendo quitina, algo que no es motivo de preocupación.

¿Por qué se plantea el consumo de insectos?

Hay que recordar que los insectos forman parte habitual de la dieta de más de 2.000 millones de personas en diferentes regiones del mundo, donde se consumen con normalidad desde hace miles de años. Si en nuestro entorno causan rechazo es por una mera cuestión cultural, del mismo modo que aquí comemos cosas que en otros lugares no contemplan ni por asomo, como ocurre con caracoles, riñones o centollos, por poner tres ejemplos. Es más, aquí comemos tranquilamente algunos productos derivados de insectos, como sucede con la miel o el polen de las abejas, pero nos resultan tan familiares que ni siquiera reparamos en ello.

Vía

https://elpais.com/salud-y-bienestar/nutrir-con-ciencia/2024-04-29/comer-insectos-y-tragar-bulos-mitos-y-leyenda-sobre-la-alimentacion-con-bichos.html


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